lunes, 23 de noviembre de 2020

Entrevista sobre El rol de la Filosofía en tiempos digitales

El rol de la Filosofía en tiempos digitales


Entrevista al profesor de Filosofía Pablo Romero García en Más temprano que tarde, programa de radio El Espectador, donde estuvo dialogando sobre el rol de la filosofía en tiempos digitales, la situación educativa y el impacto del uso de las nuevas tecnologías en el marco de nuestra sociedad del cansancio. 

"El profesor de Filosofía, Pablo Romero, aborda la "cultura del aburrimiento", la "sociedad del cansancio" y la "pérdida de la calidad democrática."

https://espectador.com/mastemprano/entrevista/el-rol-de-la-filosofia-en-tiempos-digitales-como-las-redes-sociales-afectan-el-aprendizaje

https://cooltivarte.com/portal/el-rol-de-la-filosofia-en-tiempos-digitales-como-las-redes-sociales-afectan-el-aprendizaje/ 

lunes, 16 de noviembre de 2020

Contratapa: el rol de la filosofía en tiempos digitales

Salió Contratapa, espacio de reflexión y debate sobre temas culturales, con artículo del prof. uruguayo Pablo Romero García sobre El rol de la Filosofía en tiempos digitales. Entrevistas y excelentes artículos de colegas redondean un primer número imperdible. ¡Bienvenida Contratapa! 

https://www.contratapa.uy/Archivo/El-rol-de-la-filosofia-en-tiempos-digitales-uc25


¿Es verdaderamente libre el ser humano?

¿Es verdaderamente libre el ser humano? ¿Somos tan libres como creemos? 

Reflexionando desde los aportes de Sartre, Viktor Frankl y Vaz Ferreira, entre otros, compartimos desde Uruguay la participación del prof. Pablo Romero García en una nueva Mesa de Filósofos, junto a Miguel Pastorino, Horacio Bernardo y Romina Andrioli. 





domingo, 20 de septiembre de 2020

La búsqueda de la felicidad

Desde Uruguay, compartimos La Mesa de Filósofos, con la participación de los filósofos Pablo Romero García, Miguel Pastorino y Horacio Bernardo, con la conducción de Romina Andrioli, donde dialogaron sobre qué es la felicidad y su búsqueda en la sociedad contemporánea.



https://youtu.be/rA5thyTp5zY   



miércoles, 19 de agosto de 2020

Educación: la otra campana. 15 frases para debatir

Compartimos la entrevista realizada al profesor Pablo Romero, en el programa La otra campana (Radio Nacional, 1130 AM), donde discurrió sobre los principales problemas del sistema educativo. 

Se puede escuchar en: https://www.facebook.com/pabloromerogarcia74/videos/686814782190105/

Y va como adelanto algunos puntos planteados y desde los cuales los invitamos a escuchar la charla y continuar el debate:

“Nuestra crisis más que económica es cultural. Nuestros problemas de base como sociedad son aspectos de marginalidad cultural”

“La masificación de la educación no fue acompañada de un proceso institucional acorde”

“En cuanto a las generaciones que nos van a sustituir, menos de la mitad tienen culminado el ciclo secundario. Las brechas de desigualdad social que se siguen marcando son fuertísimas”

“Hay que apuntar al trabajo cultural, en los territorios y con las familias. Es algo que no se ha terminado de comprender del todo. El primer espacio de enseñanza es la familia.”

“Esta situación tiene consecuencias a todo nivel. La calidad democrática va a ir bajando. Quedará en manos de unos pocos la capacidad de dar debates con calidad, de reflexionar con sutileza”

“No logramos plasmar políticas educativas de acuerdos mínimos y a largo plazo. Operan lógicas de trincheras y pulseadas permanentes. Tenemos un problema de tercermundismo mental”

“Uno de los grandes aportes que la educación puede hacer al ser humano es descontextualizarlo. Cuando solo contextualizamos a los gurises, generamos ghettos. Abrir la grilla es clave”

“Educación, educación y educación, es engrosamiento cultural desde la base. Y para eso necesitamos rescatar el campo de las Humanidades. Trabajar con Filosofía para niños, Argumentación y programas fuertes en lectoescritura desde Primaria y Ética para adolescentes en el ciclo básico forma parte de mi propuesta”

“¿Cómo podés tener profesores que no lean libros? El sistema, sin apuesta a la formación permanente, con docentes trabajando muchas horas, te destruye culturalmente”

“Los espacios sindicales hacen demasiado hincapié en cuestiones corporativas y están en el debe desde la propuesta intelectual, desde el pensar no solo desde el no. Deben dar la disputa intelectual y no solo pararse en la vereda de enfrente desde el eslogan”

“No hay posibilidades de mejorar el sistema educativo si no colocamos el acento en los docentes. Si no trabajamos en relación a ellos, no va a haber reforma posible.”

“El grado de inmadurez política nos ha llevado a estos años de estancamiento en el plano educativo, el cual se ha convertido, gobierno tras gobierno, en la tumba de los cracks”


sábado, 1 de agosto de 2020

La sociedad del cansancio

Desde Uruguay, compartimos la participación del prof. Pablo Romero en La Mesa de Filósofos (programa En Perspectiva, de Radiomundo), junto a los colegas Miguel Pastorino y Magdalena Reyes, charlando sobre nuestra "sociedad del cansancio", sus síntomas, efectos y propuestas para una alternativa "sociedad de la pausa".



miércoles, 29 de abril de 2020

Educar en tiempos de pandemia: desigualdades y compensaciones

Compartimos, desde Uruguay, artículo del prof. de Filosofía Pablo Romero


Educar en tiempos de pandemia: desigualdades y compensaciones
La situación de pandemia que estamos atravesando ha dejado al desnudo falencias varias de nuestra sociedad. Aspectos sociales, económicos, culturales, educativos, han quedado expuestos, recordándonos las diversas asignaturas pendientes que tenemos. Entre ellas, el trabajo informal que castiga a un número todavía demasiado elevado de ciudadanos, las condiciones lamentables en las que viven muchos de nuestros ancianos en los residenciales, la fragilidad económica del sector cultural y las brechas que se profundizan en el campo educativo ante la ausencia de la presencialidad.
Podría sumar una amplia lista, pero quisiera detenerme en el área que me resulta más familiar, la del campo educativo. Y específicamente abordar cuestiones que se desprenden del apelar a la virtualidad como recurso paliativo mientras las clases estén suspendidas en su presencialidad, pues desde allí podemos visualizar el principal desafío que compete a la educación: el de la desigualdad social, el de realmente incluir y generar mejores posibilidades de futuro para todos nuestros jóvenes.
Un virus nos reivindica
Lo primero es señalar el excelente trabajo que están llevando adelante los docentes. La situación de emergencia demuestra claramente lo que insistentemente he venido señalando: en ellos radica la sostenibilidad del sistema educativo y son los principales actores de cualquier cambio posible. Mucho antes de que las autoridades comenzaran a siquiera intentar pensar cómo actuar frente a la rapidez y particularidad de los hechos, los docentes ya se estaban organizando y comunicando por diferentes vías con sus alumnos y con sus pares, organizando la continuidad del vínculo humano y pedagógico del sistema.
El incesante trabajo por medios digitales ha ido in crescendo y denota el compromiso y profesionalidad de nuestro cuerpo docente. Durante demasiados años ciertos discursos, desde diferentes niveles y actores con responsabilidad pública (lo que agrava el asunto), han propiciado la instalación de un imaginario que ubica al docente como parte negativa del problema educativo, desmereciendo o directamente desconociendo lo que implica el trabajo cotidiano de los educadores. Inesperadamente, es un virus el que nos ha permitido apreciar de mejor modo lo que a diario realizan maestros y profesores, reconociendo su impacto positivamente determinante a nivel social.
¿La virtualidad profundiza desigualdades?
En segunda instancia, abordar la situación que más me preocupa y ocupa: las diferencias que se remarcan, las brechas que se profundizan, entre aquellos que pueden acceder en las debidas condiciones a la dinámica de la virtualidad y aquellos que no pueden hacerlo, ya sea por problemas de conectividad como por posibilidades de organizar debidamente el trabajo escolar en los tiempos y espacios físicos de su hogar, pero, sobre todo, por encontrarse unos cuantos pasos atrás en términos de un capital cultural y una internalización de los requerimientos educativos que les permita seguir de modo adecuado las exigencias de la virtualidad. La esfera virtual en términos educativos funciona adecuadamente sobre ciertas bases que el alumno debe tener incorporadas previamente (y que la virtualidad no subsana per se).
Por ejemplo, la organización del trabajo intelectual, que es una de las claves para poder entender la diferenciación social, para poder comprender las posibilidades de movilidad social de los individuos, es uno de los puntos que explica lo señalado anteriormente. Algo que podría resultar simple a primera vista como lo es el hecho de tener un espacio para organizar adecuadamente el trabajo escolar, el tener una mesa disponible para las tareas, un horario establecido en la casa por parte de los adultos referentes para dedicar al estudio, es fundamental (en este sentido, los invicto a leer el excelente artículo publicado por el colega Óscar Yañez en Agesor, titulado Virtualidad y discriminación).
¿Cuántos de nuestros alumnos tienen incorporada culturalmente esa debida organización? ¿Cuántos tienen las condiciones materiales adecuadas para desempeñarse adecuadamente en este escenario de la virtualidad?
Las desigualdades del éxito académico no se explican solo a partir de la desigualdad económica, sino que las diferencias -que se legitiman a través de las instituciones educativas y que están en relación directa con las familias (de ahí la importancia de aprovechar esta coyuntura para llegar lo más que se pueda a los hogares, algo sobre lo cual aterrizo líneas abajo, desde una propuesta concreta)- se explican sobre todo a partir del contexto sociocultural de origen, de la herencia cultural, del saber hacer en términos académicos que se trasmite en un hogar. Por esto mismo, el coronavirus no hace más que evidenciar lo consabido pero frecuentemente olvidado en tiempos de normalidad: no todos partimos de las mismas posiciones y condiciones económicas y culturales, por lo cual debemos trabajar de modos diferenciados, intensificando esfuerzos y acentuando estrategias específicas con aquellos que se encuentran en situaciones de rezago.
Por otra parte, lo cierto es que muchos de nuestros  alumnos trabajan a duras penas ya no en la virtualidad sino en la presencialidad, particularmente en el ámbito del ciclo básico. Y si lo hacen en buena medida es por el contacto directo, en el aula y en los corredores de las instituciones, que establecen los docentes y otros actores claves de docencia indirecta (adscriptos, equipos multidisciplinarios, equipos de dirección). Para estos chicos, que no son parte de un número anecdotario sino que forman parte de la mayoría –y que se les puede “explicar” desde diferentes motivos, que van desde dificultades de aprendizaje hasta la cultura del mínimo esfuerzo que es un signo epocal), no hay virtualidad alguna que pueda suplantar debidamente ese vínculo cuerpo a cuerpo. Los docentes  -y los ámbitos físicos de las instituciones educativas, que representan mucho más que paredes- son en su presencialidad el principal factor de motivación y progreso educativo de nuestros alumnos.
¿Cómo nivelar? ¿Cómo compensar?
Las preguntas en lo inmediato pasan a ser, entonces, ¿qué mecanismos de nivelación podremos poner en acción? y ¿cómo podremos compensar lo que la no presencialidad nos ha quitado en este tiempo, más allá de los que la virtualidad ha podido aportar? Se me ocurren en principio dos mecanismos (más allá de los que se puedan aplicar in situ, en el regreso a la presencialidad).
Una de las alternativas viables podría ser la de utilizar los medios públicos, generando espacios para emitir contenidos disciplinares. Esto no subsana el asunto respecto de aquellos alumnos cuyo principal problema es el desinterés, anclado además en un entorno familiar que poco favorece a un cambio de actitud respecto del estudio, pero, ciertamente, aumenta las posibilidades del acceso (y ya sumar algunos más supone un logro importante): si no hay modo de conectarse a la red, se tiene la posibilidad de la radio o de la televisión. Por otra parte, permitiría que la llegada sea más amplia en el territorio mismo de la familia, haciendo partícipe a padres, hermanos y otros integrantes del núcleo, pues, sobre todo la televisión, es un medio mucho más consolidado y utilizado en los hogares, incluyendo su ya marcada disposición física.
El aporte en beneficios educativos y culturales, a la larga, iría mucho más allá del objetivo de compensar el tiempo pedagógico de los alumnos, en tanto el involucramiento de las familias (que en muchos casos podría generar reconexiones con el sistema educativo) es uno de los problemas habitualmente señalados por los docentes. Por otra parte, movilizaría al cuerpo docente, convirtiéndolos en autores de insumos educativos comunicables masivamente, rompiendo con las fronteras de sus aulas y potenciando la puesta en marcha de una verdadera cultura de comunidad educativa.
Pero, ¿cómo podría esta cuestión ponerse en marcha en la práctica? Entiendo que lo viable sería conformar un equipo de docentes por materias y niveles (Inicial y Primaria, Ciclo Básico y Bachillerato) que puedan acompañar el trabajo que están realizando los docentes efectivamente a cargo de los cursos. Un equipo de docentes que puedan aportar contenidos sea a través de la exposición más clásica como en tareas de orientación para la construcción de otro tipo de materiales educativos de alta calidad audiovisual, de modo de ir complementando desde la compensación lo que los educadores vengan realizando en el contacto personalizado con sus alumnos.
Estos contenidos podrían trasmitirse en franjas diarias, a la mañana y a la tarde, en los canales y frecuencias radiales ya existentes o generando canales nuevos, siempre dentro del ámbito de la señal pública. Pero, ¿cómo sabríamos específicamente qué temas trabajar? Se debería relevar información sobre los principales baches programáticos por medio de las diversas inspecciones de asignaturas, solicitando a los docentes que se indique unidades y temas que entienden les va a resultan imposible de alcanzar o que les estén resultando difícil de profundizar debidamente. Y sobre esa base ir armando los materiales a difundir por los medios públicos. Todos los docentes sabemos a estas alturas que el recorte programático será inevitable, pero es un asunto que podría ser subsanable en parte a partir de este mecanismo propuesto y del siguiente, que paso a esbozar.
La utilización de los medios públicos podría complementarse a su vez con el sostenimiento de un equipo permanente de tutorías online. Tutores que podrán abarcar todo el territorio nacional a partir de los beneficios que nos permite la desterritorialización digital. Generar un espacio de consulta online dentro de los horarios habituales del sistema educativo. Brindar la posibilidad de que el alumno pueda conectarse a plataformas oficiales (CREA, por ejemplo) y consultar mediante un chat a un docente de Física o de Filosofía sobre un tema, siendo orientado en la búsqueda de materiales adecuados o brindando una información muy puntual sobre una duda en el contenido de la disciplina, a la vez que generar materiales a demanda , o sea, que el alumno pueda acceder a repositorios ordenados por nivel y materia (y aquí se entrelazaría con el primer mecanismo sugerido, pues los recursos difundidos por los medios públicos formarían parte de estos materiales alojados en la web).   
Puede que estos mecanismos parezcan a priori difícil de implementar (sinceramente, creo que son posibles y que nos darían buenos resultados, incluso pensando ya en el mundo post coronavirus) o que nos resulten mejores otras opciones en los inmediato, pero lo cierto es que es momento de agudizar la creatividad, de plantear ideas y propuestas y de poner a disposición todas las posibilidades que el Estado dispone para que el 2020 no solo no sea un año perdido a nivel educativo, sino para que se convierta en el puntapié inicial de un  proceso de conformación de un sistema educativo que vuelva a ser la bandera de una sociedad más justa en cuanto a las posibilidades que le brinda a sus ciudadanos. Justamente, la tarea del educador (cara visible del Estado frente a los alumnos) es, sobre todo, la de generar posibilidades, la de brindarle herramientas a nuestros jóvenes para que puedan posicionarse de mejor modo, en un mundo diverso y complejo, frente a las formas de desigualdad social que aún tenemos y que la coyuntura nos vuelve a mostrar en toda su dimensión.
Asistimos a un momento histórico, donde debemos reivindicar el papel de la educación en la transformación de la realidad social, en el batallar contra las desigualdades que en ella persisten. Y esa tarea es siempre política, en su más amplia acepción.

jueves, 23 de abril de 2020

Nueva normalidad y mundo post coronavirus

Nueva normalidad y mundo post coronavirus
El miedo al cuerpo de los otros, las desigualdades sociales, económicas y culturales que quedan al desnudo, el papel de la Filosofía y la "vacuna ética", la pausa para pensar y pensarnos, la soledad y el ocio como oportunidad, la fragilidad de la condición humana y las brechas que se profundizan y nos interpelan.
Compartimos nota en Canal 4 de Uruguay al filósofo Pablo Romero García.


sábado, 11 de abril de 2020

Gana un regalo por nuestro aniversario 🎉🎁

Queremos festejar nuestro aniversario con ustedes que han seguido muestras actividades por tanto tiempo.

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lunes, 30 de marzo de 2020

La mejor de las pandemias

Desde Uruguay, compartimos artículo del Prof. Pablo Romero sobre la pandemia que nos aqueja, escrito bajo el presupuesto de que “la verdadera vacuna contra el coronavirus es de índole ética antes que biológica.”

La mejor de las pandemias

La pandemia que aqueja al mundo –sobredimensionada o no, exagerada o no en cuanto a las medidas adoptadas por los gobiernos,  lo cual es un debate que aquí no pretendo dar- nos genera la indudable sensación de enfrentarnos a una situación límite, que se nos presenta bajo un carácter de fatalidad universal.
Bajo esa percepción extendida globalmente y en el marco de situaciones de aislamiento social, de cuarentenas decretadas en muchos países del mundo, nuestra cotidianidad se ve notoriamente afectada.  Nuestros hábitos se ven trastocados y el individuo deja de estar arropado por la mansa certidumbre que la amplia mayoría tiene respecto de sus días. En este contexto, que va camino a extenderse en su efectiva duración, comienzan -antes o después, en profundidades complejas o en superficies igualmente no habituales- a darse momentos de pensarnos un poco más, de replantearnos aspectos de nuestra existencia y de las personas que nos rodean, de reflexionar sobre el rumbo de nuestra sociedad (e incluso sobre el definitivo cambio de rumbo de nuestra civilización tal cual la conocemos, sumaría alguno con espíritu más extremo).
Ese pensarnos, ese evaluar el contexto, no necesariamente decanta en actitudes aplaudibles. Así, suelen emerger actitudes valerosas, solidarias, empáticas, afectas al bien común, tanto como actitudes mezquinas, egoístas, contándose con adeptos a sacar tajadas para su provecho, sin importarle en absoluto el otro (o los “otros” que no sean los “suyos”).
Las situaciones límites nos ponen, pues, a prueba, tanto en lo individual como en lo colectivo. Y, en ese sentido, no dejan de representar una oportunidad (y no un mero acto de oportunismo, si entendemos el asunto como es debido). Una oportunidad de trascendentalidad, diría Jaspers. La posibilidad de quedarnos “en la chiquita” o de mirar más allá de nuestro ombligo, diría yo, en un lenguaje menos académico.
Los momentos de sacudones importantes, esos que nos ponen en peligro, nos invitan a repensar nuestros comportamientos, a discernir sobre lo correcto o no de nuestro accionar, a reflexionar sobre lo que le conviene o no a nuestra comunidad y en qué medida podemos o no aportar en la tarea. O sea, es momento de la ética, de la irrupción en la escena pública -y desde la esfera más interior y privada del individuo- de nuestra responsabilidad en los dos planos ya mencionados: el individual y el colectivo.
Por ejemplo, en este marco sanitario, cuidarnos es también cuidar a los otros. Dejar caer económicamente a los que más sufren esta crisis es un modo de, a corto o a mediano plazo, arruinar la economía de todos (incluyendo todos los otros costes sociales que esto implica, desde lo educativo, lo cultural, hasta en términos de la seguridad pública, como bien remarcarían algunos). Cuidar la economía de los otros, entonces, es un modo de cuidar la nuestra. El capitalismo globalizado, bien comprendido en su dinámica, sobre todo en nuestros países tercermundistas, tiene una lógica inamovible en ese sentido: el coletazo a la larga golpea a todos. A algunos más que a otros (y de modo dramático en muchos casos, por supuesto), pero nadie queda a salvo. E insisto con aclararlo, sobre todo por aquellos que puedan creer que quedarán inmunes en términos económicos (y que no suelen pensar más allá de su bolsillo).
Hablando de posibles pequeñeces en momentos que se requieren de grandezas, no dejan de asombrarme los modos con que venimos tramitando ciertos reclamos políticos. Es momento de elevar la mirada y no de generar divisiones y fomentar odios a partir de oportunismos corporativistas. Así, del caceroleo versus el himno (luego de la convocatoria de la central obrera) pasamos a públicos versus privados (luego de la decisión del gobierno de recortar salarios públicos altos). Y vale aclarar que no estoy emitiendo juicios de valor sobre las decisiones tomadas, sino señalando el efecto en los modos de razonar. Las falsas oposiciones nos acechan, nos recordaría Vaz Ferreira. Y vivenciar la política como si fuésemos hinchas de fútbol, como si fuésemos barras bravas alentando a su equipo, nos sale carísimo a todos en términos de nuestra calidad democrática. Y resulta particularmente caro en estos momentos.
Recurrir a la polarización de la sociedad es el peor de los caminos a tomar. Esto no implica, por supuesto, renunciar a la crítica (el señalar con argumentos atendibles lo que no es correcto, lo que no es justo, lo que nos genera dudas o motiva perspicacias, o indicar con agudeza lo que podría mejorarse, por ejemplo). Por el contrario, más que nunca necesitamos del ejercicio de la capacidad crítica. Pero de una crítica sustentada en la razón razonable, no en el discurso de trinchera y de incendio de la pradera. Si algo no necesitamos en estos momentos es el crearnos, el fomentar, una guerra de unos contra otros.  
El buen discernir parece indicarnos que es el momento de utilizar la diferencia y la discrepancia en favor de mover el carro entre todos. Y hacerlo del mejor modo posible, aunque algunas cosas que en particular nos interesaban inevitablemente se nos caigan en el camino con tanto movimiento. Ya habrá tiempo de desandar el camino para ir a recogerlas. Ahora es tiempo de sacar el carro del fango y ponerlo a andar nuevamente. La diferencia puede y debe ser concebida en esta situación límite como un motor de la unión. Del mismo modo que alentamos a la selección de fútbol uniendo hinchas de todos los equipos bajo una misma bandera, del mismo modo que gritamos con todo un gol y nos abrazamos espontáneamente al desconocido de al lado en el estadio o en la calle sin preguntarle a qué equipo pertenece, así debemos proceder en estos momentos. Hoy, que justamente nos tienen desaconsejado el abrazo físico, debemos incentivarlo en otras maneras.
Esta situación puede dejarnos buenas lecciones de futuro si comprendemos la importancia de estar unidos frente a las adversidades. El coronavirus no actúa desde luchas de clases ni desde intereses partidarios (y no negamos con esto que no existan y no definan en buena medida las desigualdades sociales, las cuales el virus sí colabora en evidenciar, sino que el momento requiere pensar por fuera de las dicotomías y las grietas sociales que estas ahondan).
La mezquindad, concebida en sus diversas variantes de canalladas, puede convertirse en el peor de los virus a propagar en estas circunstancias. La combinación de la solidaridad y la unión, resultan, por el contrario, la mejor de las pandemias que podemos poner a circular. La verdadera vacuna contra el coronavirus es de índole ética antes que biológica. Al final de cuentas, como siempre, la clave somos nosotros y nuestras actitudes.

sábado, 11 de enero de 2020

El futuro de la democracia en América Latina

Compartimos texto del profesor Pablo Romero García, desde Montevideo-Uruguay

El futuro de la democracia en América Latina

Hace casi una década, en Buenos Aires e invitado por el sociólogo y analista político argentino Gabriel Palumbo, participé como exponente en el Museo Roca de un seminario que instaba a pensar sobre el futuro de la democracia en América Latina. Tuve el gusto de compartir mesa con mi colega argentino Samuel Cabanchik (en ese entonces, Senador Nacional) y con Adolfo Zaldívar (quien por esos años era el Embajador de Chile en Argentina). El afiche de presentación de la actividad señalaba que “los procesos democráticos de América del Sur están cruzados por distintas narrativas que combinan el ejercicio memorístico reivindicativo de un pasado muchas veces ilusorio con un esfuerzo para pensar el futuro.
Y al respecto de esas narrativas en juego, mi participación colocaba en escena un planteo que una década después -o sea, en el futuro a mediano plazo en relación a cuando fue esbozado- me parece necesario reivindicar en varios de sus puntos, particularmente en momentos en que la región se encuentra signada por conflictos, desangrada por enfrentamientos sociales y políticos.
Poco y nada hemos avanzado respecto del futuro que en mi participación se postulaba como necesario de construir. Y en algunos de nuestros países, directamente hemos ido en franco retroceso.
Los invito, entonces, a leer la parte medular de mi exposición de ese entonces (y a generar renovados espacios de debates sobre el tema):

 Dos narrativas, entre el pasado y el futuro

Al embarcarnos en la tarea de análisis de las diferentes narrativas que están conviviendo, nos encontramos con una cuestión que parece haberse convertido en un lugar común de todo análisis político sobre la realidad democrática de estos últimos años en la región: la existencia de dos bloques marcadamente diferenciados. Por un lado, gobiernos que podríamos caracterizar como socialdemócratas, de perfil moderado, en donde finalmente cobran mayor importancia las instituciones que los personalismos políticos y, por otro lado, un bloque de gobiernos de corte populista, confrontativos y nacionalistas, embarcados en la denominada “revolución bolivariana”, con líderes que parecen ser más importantes que las instituciones y en donde las constituciones parecen ser un espacio de reforma y ajuste vinculado al proyecto político de ocasión.
Y, al respecto, no quiero eludir la responsabilidad de tomar parte en el asunto y asumir una clara posición sobre esta circunstancia: el futuro de la democracia en la región tiene que discurrir por canales en donde se deje de lado la nefasta práctica de sustituir el peso de las instituciones por personalismos casi omnipotentes. Hay que fortalecer los Estados de Derecho y generar prácticas de acuerdos y consensos que estén más allá de las figuras políticas rutilantes y más allá, incluso, de la partidocracia, que es otro de los déficits democráticos que aquejan a nuestros países.
Los partidos políticos son actores sustanciales, pero no así su deformación en la práctica, que es la partidocracia, o sea, el defecto de que se gobierne por, para y desde los intereses particulares de las altas esferas de los partidos políticos en el poder.
Debemos pensar en políticas de estado proyectadas a veinte o treinta años en los puntos claves de nuestras sociedades, impulsando que no estén atadas a líderes y partidos políticos eventualmente establecidos en el poder, lo cual genera que el Estado termine convertido en un simple ejecutor de las decisiones de los órganos partidarios.
A su vez, impulsar una política de concordia que pueda ir sustituyendo la práctica de obtener réditos y parcelas de poder sobre la base de impulsar constantemente la teoría del conflicto (y de que sólo una mano dura y el paternalismo político va a poder vencer el “oscuro poder que se esconde tras bambalinas”).
Hace poco el filósofo argentino Enrique Dussel dictó una charla en la Facultad de Humanidades de Montevideo, en la cual señalaba que veía en el proyecto bolivariano la verdadera emancipación latinoamericana. Y en un momento alguien del público intervino señalando “la imposición desde arriba y el afán de perpetuación en el poder” que veía en ese proyecto encabezado por Venezuela, planteando la duda sobre si no se corría el riesgo de que “termine siendo una dictadura en unos pocos años”.
Frente a la interrogante lanzada al ruedo, Dussel responde afirmativamente, señalando que efectivamente puede terminar en una dictadura, pero que hay que partir de cada situación en especial y que en Venezuela hay un punto de partida muy duro y una marcada desventaja respecto de sociedades como las de Uruguay, en donde las democracias parecen estar consolidadas y que, entonces, hay que entender que “cuando Chávez en Aló presidente los domingos se pasa 5 horas en un programa de televisión, la gente se ríe y dice que parece un artista de cine, pero el hombre está ahí realmente haciendo la tarea de un maestro de escuela, explicándole a la gente todo lo que está pasando. Es una escuela, pero una escuela casi primaria muchas veces”.
Y yo creo, a diferencia de Dussel, que precisamente esta actitud es parte del problema y no de la solución. Esa forma de infantilizar a las instituciones, a las organizaciones sociales, a los ciudadanos, dejándolos a todos bajo el ala de la figura paternalista, del gobernante devenido en Maestro iluminado, es precisamente una práctica que hay que desterrar de nuestro imaginario y quehacer político.
Ya hemos visto en nuestra región cómo a veces el maestro se efectiviza en el cargo por medio siglo y disfruta de variados privilegios, a la par que abona la prédica de colocar al ciudadano en el rol del pequeño niño que hay que guiar y cuidar porque no puede andar por sí solo, ni tiene conciencia sobre los peligros y riesgos morales del “perverso mundo” que le rodea.

El futuro es aristotélico

El futuro de la democracia en América Latina debe orientarse a la asunción de su mayoría de edad, al encarnar políticamente sus responsabilidades como sociedades adultas. Y si hemos de volver a algún punto reivindicable del pasado como proyecto saludable de futuro, tendríamos que irnos unos cuantos siglos atrás para instalarnos en la cuna del nacimiento de la filosofía occidental, regresar a la obra mayor de nuestra cultura en el terreno de la filosofía política, La Política de Aristóteles.
La idea de priorizar la consolidación de una democracia republicana por sobre otros modelos posibles de gobierno y la práctica política vinculada al desarrollo de determinadas virtudes éticas, entre las que cuenta el evitar los extremos y defender la alternancia entre las condiciones de gobernante y gobernado, sigue siendo un proyecto político radical.
Algunos entienden que la posición de Aristóteles es conservadora y que su “punto medio” como propuesta ética y política, en donde impera la búsqueda del bien común a partir del cultivo de virtudes como la moderación, la prudencia y la razón dialogante, puede ser finalmente asunto bueno para que nada cambie. Por el contrario, la experiencia política latinoamericana nos enseña que radicalizar posiciones es la manera más cómoda de plantarse en la arena política y la mejor manera de ser un conservador.
La importancia de los Estados de Derecho, el dejar de lado las viejas teorías del conflicto y los eslóganes del “todo o nada”, la apuesta por políticas públicas a largo plazo y la superación de la lógica de “la reinvención permanente de la rueda” (cada vez que llega un nuevo gobierno al poder viene dispuesto a formatear el disco duro de todo lo anterior y arrancar casi de cero para poner en práctica las nuevas verdades reveladas) son elementos cruciales para conformar el futuro que América Latina se merece.
Esto, claro, requiere terminar de desterrar las prácticas políticas de imponerse a los gritos y el romanticismo de los “héroes de clases”. Se necesita, en todo caso, otra forma de “heroísmo” y “valentía”, mucho más difícil de poner en práctica: el diálogo sereno, el respeto por las diferencias, priorizar la vía de la argumentación, de la persuasión en base a buenas ideas, praxis imprescindible de madurez democrática.
Más que el interés de clase y el conflicto permanente, necesitamos contar con ciudadanos que piensen y actúen efectivamente en función del bien comunitario. Ese el objetivo primordial: el bien común. Y es algo que no se consigue a los gritos ni desde la épica de la violencia como “partera de la historia”.
El privilegio de poseer una vida política sin mayores sobresaltos, fundada en una civilizada convivencia política, es un reto primordial para nuestra Latinoamérica.
En este presente de la región, radical es aquel que sostiene la importancia de los equilibrios y pregona la necesidad de quebrar el viejo vicio político de gobernar sin el otro. Más importante que el gobierno de un partido es el conformar un sistema de partidos que sea capaz de generar políticas de justicia social más allá de quién sea el siguiente presidente.
Por supuesto, a los que viven la política como un hincha fanático vociferando desde la tribuna del estadio de fútbol o a quienes solo conciben la política como un espacio de conflicto permanente (y ensalzan dicha visión como el único signo de capacidad “crítica”), les resulte casi intolerable tanta moderación democrática.
Hay que vacunarse contra los discursos que alientan el fanatismo y la simplificación de dividir el mundo en buenos y malos. La realidad es menos cómoda. Y la palabra consenso es un concepto de una radicalidad democrática que no pueden entender quienes entienden que lo radical es imponer bajo cualquier costo y por cualquier medio la posición propia.
Buscar consensos no es desconocer las luchas de intereses, ni los juegos de poder, ni supone ser ingenuamente neutral, sino tener madurez política como sociedad. El que ha naturalizado la neutralidad está en el otro extremo del que sólo ve poder e intereses en todos lados (sobre todo, los “perversos intereses” del otro) y ha quedado paralizado para pensar junto a los demás. Son dos caras de la misma moneda.
El ciudadano que resulta vital a la hora de construir democracias saludables es el que no está en esos extremos, es el que está en el punto medio, en donde se reconoce la presencia de los intereses y los juegos de poder, pero supera esa barrera para buscar puntos de encuentros y apreciar los mejores argumentos en busca de resoluciones colectivas a problemas en común.

Hacia una cultura de la otredad y la madurez política

Es necesario y urgente comenzar a educar en prácticas argumentativas adecuadas a las exigencias democráticas y en una educación que priorice la diferencia por sobre la igualdad, en la medida que somos iguales en la diferencia y sólo generando una cultura de la otredad estaremos en condiciones de lograr acuerdos sociales que, respetando las ideas del otro, garanticen la debida igualdad.
Debemos ponernos a resguardo de aquellos modelos de gobierno en donde lo que reina es la desigualdad por imposición de ideas de quienes ostentan el poder político o la mayoría ideológica de turno.
Proyectar un futuro de democracias latinoamericanas finalmente maduras y colaborativas entre sí, unidas en lo interno y hacia afuera para superar sus problemas de desigualdad social, supone asumir el reto de dejar de lado el uso del poder político como generador de conflictos dicotómicos estériles, incorporando una agenda de fuerte contenido social que busque superar sus problemas en términos cooperativos.
Mi apuesta es por una concepción de América Latina desde una tradición humanística que apuntale la formación y la responsabilidad de quienes conducen los países de nuestra región. El principal escollo somos nosotros mismos y el futuro sigue estando –como siempre- en nuestras propias manos. La tarea es difícil, pero no imposible. Y nos urge intentarlo.

jueves, 9 de enero de 2020

La inutilidad de la Filosofía

Compartimos la emisión televisiva de las exposiciones sobre La inutilidad de la Filosofía, realizadas en el Ateneo de Montevideo (Uruguay), en el marco del Día Mundial de la Filosofía.

Lo pueden visualizar desde  la web de Asuntos Públicos: