Educar
en tiempos de pandemia: desigualdades y compensaciones
La
situación de pandemia que estamos atravesando ha dejado al desnudo falencias
varias de nuestra sociedad. Aspectos sociales, económicos, culturales,
educativos, han quedado expuestos, recordándonos las diversas asignaturas
pendientes que tenemos. Entre ellas, el trabajo informal que castiga a un
número todavía demasiado elevado de ciudadanos, las condiciones lamentables en
las que viven muchos de nuestros ancianos en los residenciales, la fragilidad
económica del sector cultural y las brechas que se profundizan en el campo
educativo ante la ausencia de la presencialidad.
Podría
sumar una amplia lista, pero quisiera detenerme en el área que me resulta más
familiar, la del campo educativo. Y específicamente abordar cuestiones que se
desprenden del apelar a la virtualidad como recurso paliativo mientras las
clases estén suspendidas en su presencialidad, pues desde allí podemos
visualizar el principal desafío que compete a la educación: el de la
desigualdad social, el de realmente incluir y generar mejores posibilidades de
futuro para todos nuestros jóvenes.
Un virus nos reivindica
Lo
primero es señalar el excelente trabajo que están llevando adelante los
docentes. La situación de emergencia demuestra claramente lo que
insistentemente he venido señalando: en ellos radica la sostenibilidad del
sistema educativo y son los principales actores de cualquier cambio posible.
Mucho antes de que las autoridades comenzaran a siquiera intentar pensar cómo
actuar frente a la rapidez y particularidad de los hechos, los docentes ya se
estaban organizando y comunicando por diferentes vías con sus alumnos y con sus
pares, organizando la continuidad del vínculo humano y pedagógico del sistema.
El
incesante trabajo por medios digitales ha ido in crescendo y denota el compromiso y profesionalidad de nuestro
cuerpo docente. Durante demasiados años ciertos discursos, desde diferentes
niveles y actores con responsabilidad pública (lo que agrava el asunto), han propiciado
la instalación de un imaginario que ubica al docente como parte negativa del
problema educativo, desmereciendo o directamente desconociendo lo que implica
el trabajo cotidiano de los educadores. Inesperadamente, es un virus el que nos
ha permitido apreciar de mejor modo lo que a diario realizan maestros y
profesores, reconociendo su impacto positivamente determinante a nivel social.
¿La virtualidad
profundiza desigualdades?
En
segunda instancia, abordar la situación que más me preocupa y ocupa: las
diferencias que se remarcan, las brechas que se profundizan, entre aquellos que
pueden acceder en las debidas condiciones a la dinámica de la virtualidad y
aquellos que no pueden hacerlo, ya sea por problemas de conectividad como por
posibilidades de organizar debidamente el trabajo escolar en los tiempos y
espacios físicos de su hogar, pero, sobre todo, por encontrarse unos cuantos
pasos atrás en términos de un capital cultural y una internalización de los
requerimientos educativos que les permita seguir de modo adecuado las
exigencias de la virtualidad. La esfera virtual en términos educativos funciona
adecuadamente sobre ciertas bases que el alumno debe tener incorporadas
previamente (y que la virtualidad no subsana per se).
Por
ejemplo, la organización del trabajo intelectual, que es una de las claves para
poder entender la diferenciación social, para poder comprender las
posibilidades de movilidad social de los individuos, es uno de los puntos que
explica lo señalado anteriormente. Algo que podría resultar simple a primera
vista como lo es el hecho de tener un espacio para organizar adecuadamente el
trabajo escolar, el tener una mesa disponible para las tareas, un horario
establecido en la casa por parte de los adultos referentes para dedicar al
estudio, es fundamental (en este sentido, los invicto a leer el excelente
artículo publicado por el colega Óscar Yañez en Agesor, titulado Virtualidad y discriminación).
¿Cuántos
de nuestros alumnos tienen incorporada culturalmente esa debida organización?
¿Cuántos tienen las condiciones materiales adecuadas para desempeñarse
adecuadamente en este escenario de la virtualidad?
Las
desigualdades del éxito académico no se explican solo a partir de la
desigualdad económica, sino que las diferencias -que se legitiman a través de
las instituciones educativas y que están en relación directa con las familias
(de ahí la importancia de aprovechar esta coyuntura para llegar lo más que se
pueda a los hogares, algo sobre lo cual aterrizo líneas abajo, desde una
propuesta concreta)- se explican sobre todo a partir del contexto sociocultural
de origen, de la herencia cultural, del saber hacer en términos académicos que
se trasmite en un hogar. Por esto mismo, el coronavirus no hace más que evidenciar
lo consabido pero frecuentemente olvidado en tiempos de normalidad: no todos
partimos de las mismas posiciones y condiciones económicas y culturales, por lo
cual debemos trabajar de modos diferenciados, intensificando esfuerzos y
acentuando estrategias específicas con aquellos que se encuentran en
situaciones de rezago.
Por
otra parte, lo cierto es que muchos de nuestros
alumnos trabajan a duras penas ya no en la virtualidad sino en la presencialidad,
particularmente en el ámbito del ciclo básico. Y si lo hacen en buena medida es
por el contacto directo, en el aula y en los corredores de las instituciones,
que establecen los docentes y otros actores claves de docencia indirecta
(adscriptos, equipos multidisciplinarios, equipos de dirección). Para estos
chicos, que no son parte de un número anecdotario sino que forman parte de la
mayoría –y que se les puede “explicar” desde diferentes motivos, que van desde
dificultades de aprendizaje hasta la cultura del mínimo esfuerzo que es un
signo epocal), no hay virtualidad alguna que pueda suplantar debidamente ese
vínculo cuerpo a cuerpo. Los docentes -y
los ámbitos físicos de las instituciones educativas, que representan mucho más
que paredes- son en su presencialidad el principal factor de motivación y progreso
educativo de nuestros alumnos.
¿Cómo nivelar? ¿Cómo
compensar?
Las
preguntas en lo inmediato pasan a ser, entonces, ¿qué mecanismos de nivelación
podremos poner en acción? y ¿cómo podremos compensar lo que la no
presencialidad nos ha quitado en este tiempo, más allá de los que la
virtualidad ha podido aportar? Se me ocurren en principio dos mecanismos (más
allá de los que se puedan aplicar in situ,
en el regreso a la presencialidad).
Una
de las alternativas viables podría ser la de utilizar los medios públicos, generando espacios para emitir
contenidos disciplinares. Esto no subsana el asunto respecto de aquellos
alumnos cuyo principal problema es el desinterés, anclado además en un entorno
familiar que poco favorece a un cambio de actitud respecto del estudio, pero, ciertamente,
aumenta las posibilidades del acceso (y ya sumar algunos más supone un logro
importante): si no hay modo de conectarse a la red, se tiene la posibilidad de
la radio o de la televisión. Por otra parte, permitiría que la llegada sea más
amplia en el territorio mismo de la familia, haciendo partícipe a padres,
hermanos y otros integrantes del núcleo, pues, sobre todo la televisión, es un
medio mucho más consolidado y utilizado en los hogares, incluyendo su ya marcada
disposición física.
El
aporte en beneficios educativos y culturales, a la larga, iría mucho más allá
del objetivo de compensar el tiempo pedagógico de los alumnos, en tanto el involucramiento
de las familias (que en muchos casos podría generar reconexiones con el sistema
educativo) es uno de los problemas habitualmente señalados por los docentes. Por
otra parte, movilizaría al cuerpo docente, convirtiéndolos en autores de
insumos educativos comunicables masivamente, rompiendo con las fronteras de sus
aulas y potenciando la puesta en marcha de una verdadera cultura de comunidad
educativa.
Pero,
¿cómo podría esta cuestión ponerse en marcha en la práctica? Entiendo que lo
viable sería conformar un equipo de docentes por materias y niveles (Inicial y
Primaria, Ciclo Básico y Bachillerato) que puedan acompañar el trabajo que están
realizando los docentes efectivamente a cargo de los cursos. Un equipo de
docentes que puedan aportar contenidos sea a través de la exposición más
clásica como en tareas de orientación para la construcción de otro tipo de materiales
educativos de alta calidad audiovisual, de modo de ir complementando desde la
compensación lo que los educadores vengan realizando en el contacto
personalizado con sus alumnos.
Estos
contenidos podrían trasmitirse en franjas diarias, a la mañana y a la tarde, en
los canales y frecuencias radiales ya existentes o generando canales nuevos,
siempre dentro del ámbito de la señal pública. Pero, ¿cómo sabríamos
específicamente qué temas trabajar? Se debería relevar información sobre los
principales baches programáticos por medio de las diversas inspecciones de asignaturas,
solicitando a los docentes que se indique unidades y temas que entienden les va
a resultan imposible de alcanzar o que les estén resultando difícil de
profundizar debidamente. Y sobre esa base ir armando los materiales a difundir
por los medios públicos. Todos los docentes sabemos a estas alturas que el
recorte programático será inevitable, pero es un asunto que podría ser
subsanable en parte a partir de este mecanismo propuesto y del siguiente, que
paso a esbozar.
La
utilización de los medios públicos podría complementarse a su vez con el
sostenimiento de un equipo permanente de tutorías online. Tutores que podrán
abarcar todo el territorio nacional a partir de los beneficios que nos permite
la desterritorialización digital. Generar un espacio de consulta online dentro
de los horarios habituales del sistema educativo. Brindar la posibilidad de que
el alumno pueda conectarse a plataformas oficiales (CREA, por ejemplo) y
consultar mediante un chat a un docente de Física o de Filosofía sobre un tema,
siendo orientado en la búsqueda de materiales adecuados o brindando una
información muy puntual sobre una duda en el contenido de la disciplina, a la
vez que generar materiales a demanda , o sea, que el alumno pueda acceder a
repositorios ordenados por nivel y materia (y aquí se entrelazaría con el primer
mecanismo sugerido, pues los recursos difundidos por los medios públicos
formarían parte de estos materiales alojados en la web).
Puede
que estos mecanismos parezcan a priori difícil de implementar (sinceramente,
creo que son posibles y que nos darían buenos resultados, incluso pensando ya
en el mundo post coronavirus) o que nos resulten mejores otras opciones en los
inmediato, pero lo cierto es que es momento de agudizar la creatividad, de
plantear ideas y propuestas y de poner a disposición todas las posibilidades
que el Estado dispone para que el 2020 no solo no sea un año perdido a nivel
educativo, sino para que se convierta en el puntapié inicial de un proceso de conformación de un sistema
educativo que vuelva a ser la bandera de una sociedad más justa en cuanto a las
posibilidades que le brinda a sus ciudadanos. Justamente, la tarea del educador
(cara visible del Estado frente a los alumnos) es, sobre todo, la de generar
posibilidades, la de brindarle herramientas a nuestros jóvenes para que puedan
posicionarse de mejor modo, en un mundo diverso y complejo, frente a las formas
de desigualdad social que aún tenemos y que la coyuntura nos vuelve a mostrar
en toda su dimensión.
Asistimos
a un momento histórico, donde debemos reivindicar el papel de la educación en la
transformación de la realidad social, en el batallar contra las desigualdades
que en ella persisten. Y esa tarea es siempre política, en su más amplia
acepción.
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